
El 16 de junio de 2002, Iker Casillas era un proyecto de gran portero que había llegado a la titularidad de la selección española en el Mundial de rebote. Había pasado un año duro hasta el punto de verse en el banquillo. Una lesión de César en la final de la Champions le hizo ser héroe en dos minutos de locura y un corte en el pie de Cañizares antes de viajar a Corea le puso como ‘1’ de España.
Ese día, la leyenda de Iker con La Roja empezó a escribirse. Era el partido de octavos de final, con Irlanda como rival. Como ahora, todo el mundo daba como gran favorita a España, pero los orgullosos irlandeses llevaron el partido hasta la tanda de penaltis. Antes, Casillas salvó a España al detener un penalti a Harte antes de que en el 90’ Robbie Keane, con el que se verá de nuevo mañana las caras, empató con otro lanzamiento desde los 11 metros.
En la tanda decisiva, las manos de Casillas comenzaron a ser las del ángel de la guarda que desde entonces acompaña su historia con La Roja. España falló dos lanzamientos (Valerón y Juanfran), pero tenía a Iker bajo palos. Después de que Holland estrellara el primero en el larguero, el portero español detuvo dos (Connolly y el último, el de Kilbane).

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