Había preocupación en el Real Madrid por la presión que Diego López tenía que soportar en el partido frente al Levante. Cuando se anunció ante los espectadores el nombre de Casillas como portero suplente, hubo muchos aplausos para el capitán. Pero la afición es sabia. Supo discernir entre su cariño al campeón del mundo y la justicia de la titularidad de Diego López, ganada en catorce buenos partidos. Se temía que el apoyo de la grada a Íker significara un desprecio a Diego, como ha sucedido en la guerra radical de opiniones que se ha vivido en los medios de información. El madridismo demostró que su historia de 111 años tiene un poso de comportamiento. Hubo respeto para los dos porteros. Quien juega es decisión del entrenador. Y ellos, los dos futbolistas, han estado a la altura.
El compañerismo de dos cancerberos que se conocen desde hace muchos años ha sido el mejor punto de partida. Ninguna palabra que rompiera la armonía de una situación tensa, dada la presión exterior. El propio Casillas, como el resto de la plantilla y el cuerpo técnico, eran conscientes de la dificultad que vivió Diego López en el encuentro contra el Levante, observado por todos, juzgado, porque Íker estaba en la reserva.
El capitán tendrá sus oportunidades para recuperar el puesto. Ahora es suplente y lo ha aceptado con deportividad. No quería tratamientos de ídolo. Rechazó la postura de los puristas que decían que Casillas tenía que ser convocado para jugar y si no era así, debería quedarse en casa. De eso nada. El madrileño desea recuperar su plaza desde el banquillo. Entrenando al máximo y esperando su ocasión. Está animado. Y es el primero en consolidar el buen ambiente en la plantilla con su relación humana y profesional con Diego López. Respeto es la palabra. Con el respeto se consigue la unión necesaria para ganar. Nada de individualismos ni egoísmos. Ellos son un ejemplo. Son veteranos. Saben lo que debe ser un equipo y el comportamiento que debe tener de cada jugador.
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