
Alex Ferguson fue la única persona en Wembley que en una tórrida tarde de agosto de 2011 no acabó con un gesto de preocupación. Su Manchester United acababa de derrotar por 3-2 al emergente Manchester City en la Supercopa inglesa. El técnico escocés había hecho debutar a David de Gea en la portería. Tenía 20 años y el United lo había reclutado tras pagar 25 millones de euros al Atlético de Madrid. De Gea se estrenó con dos estrepitosos errores.
Primero se quedó a media salida en una falta lateral que Lescott cabeceó a la red. Después reaccionó tarde en un lejanísimo disparo de Dzeko que acabó en gol. El United remontaría en la segunda parte pero en cada centro al área De Gea sufrió un calvario de cargas. Ferguson se tomó el tema con filosofía: “Hay que darle una palmadita en la cabeza. Quizás el árbitro debía haberle protegido más, pero… bienvenido al fútbol inglés”.

Dos años atrás Abel Resino le había dado la alternativa en la meta del Atlético. Ahora recuerda que detectó en De Gea una personalidad importante: “La intención del club era cederlo, pero él me pidió seguir en la plantilla. Me gustó esa firmeza de carácter. La sigue teniendo”. Asenjo, el meta titular, había sido convocado al mundial sub-20 en Egipto. Roberto, el segundo portero, sufrió una lesión, y a De Gea se le abrió el horizonte de la titularidad. Tenía 19 años y una delgadez extrema para su metro noventa de altura.
Cambio físico
“No se protegía lo suficiente en las salidas”, recuerda Abel, avalado por diez años de experiencia y firmeza en el arco rojiblanco. “En mi época los porteros salíamos a blocar balones aéreos con la rodilla por delante y gritando. Se trataba de hacerte sentir. De que el delantero te respetara. Pero David no se había desarrollado todavía físicamente. Ahora es un portero muy regular, con sus errores puntuales, pero muy firme. No tiene quizás la regularidad de Oblak o Ter Stegen, que son impresionantes, pero mantiene un gran nivel. Los porteros alcanzan su mejor momento casi a los 30 años. Su confianza define su carrera”.

Ya en su octavo curso como titular en Manchester y con una armadura física considerable, De Gea es una rareza en Inglaterra. Las estadísticas dictan que sigue siendo muy reticente a buscar balones aéreos y mantiene serias deficiencias en su juego de pies. Prefiere vivir atornillado en la línea de gol. Ahí, bajo el larguero, se ha convertido en el ángel de la guarda del United. Sus fabulosas paradas, un compendio de reflejos, explosividad reactiva e intuición, le han encumbrado como un ídolo del club. Hasta Schmeichel se rinde a su fortaleza mental: “No recuerdo a nadie que en el United recibiera tantas críticas al principio y que manejara todo con una sonrisa”. Lo que le preocupa es que el United no tenga un rendimiento defensivo que evite que el portero madrileño se vea obligado a realizar al menos un par de milagros por partido.
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