Pocos porteros en España han tenido que demostrar más cosas a más entrenadores que el lucense Diego López (Paradela, 1981). Desde sus orígenes hasta la cúspide del fútbol, el gallego ha ganado todas sus batallas con cautela, trabajo y sencillez.
Ya en las categorías inferiores del Club Deportivo Lugo, 'Diegacho' –como le llamaban algunos compañeros de vestuario- conoció la crueldad del banquillo en varias etapas de su itinerario juvenil. Nunca elevó la voz por encima de nadie. Sus valores, unidos a un trabajo descomunal en la sombra y a unas condiciones físicas portentosas para defender el arco, le llevarían en el año 2000 al Real Madrid C.
Su nombre en la capital de España cogió fuerza de manera progresiva. Los inicios tampoco fueron fáciles. En el segundo filial blanco, en su cesión en el Alcorcón y después en el Castilla tuvo que demostrar en cada entrenamiento que la seguridad y la tranquilidad que transmite en la vida no varían un ápice en los grandes templos futbolísticos. Largos períodos como suplente que no impidieron que su crecimiento desembocase en el primer equipo blanco, donde fue el segundo de Iker Casillas un par de temporadas, antes de emprender un largo viaje de ida, con la vuelta abierta.
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